Marruecos es patria de contrastes sin margen que delimite. Aún con los ojos cerrados la reconoces. Un café con canela, el paso del olor en unos metros  de una deliciosa harera al del rebaño de ovejas ensimismadas en los cubos de basura. Marruecos es escenario de contradicciones, constantemente esmerada en trastocar lo que la lógica convencional viene a dictar. O te empeñas en juzgar fruncido conforme a tu razonamiento occidental o aceptas su deriva, guiado a lo que Dios quiera, al inshallah, con la referencia de las coordenadas del tiempo desatendidas. Cada vez que me despido de ella por el Tarajal, ya con ganas de volver a mi mundo de confort, miro atrás y percibo que algo mío quedó desgarrado allá, enredado en una marabunta de miradas cruzadas, planes cambiados, montañas y olores. Todo aquello queda de nuevo ahí esperando en un desorden latente, deseando volver para la próxima con los brazos abiertos.

Varias de las fotografías pertenecen al Riad Dar Bensouda, lugar de escándalo donde descansar después de un día largo de carretera. Establecimos Fez simplemente como punto de parada para la vuelta a Ceuta. La atención en esta hospedería fue exquisita.
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