Paramos a repostar por última vez a la vuelta, con la sorpresa de que esta única vez no se podía hacer el pago con tarjeta. Mientras juntábamos lo que nos quedaba en la cartera nos vino una joven con el habla castellano perfecto diciendo que no nos preocupáramos, que estaba pagando lo nuestro su padre (venían de Barcelona a pasar el Ramadán). Nos negamos porque sí que nos quedaba cash y aquel hombre insistía, no quería que hiciéramos el resto del camino sin dinero.
Son esos detalles junto a la de todas esas personas humildes, donde al extranjero turista se le mira como un extraterrestre, invitándote por pura hospitalidad a comer a sus casas, lo que convierte a esta tierra en algo inexplicable.





















